JOSEFINA PLÁ

Escritora, poetisa, dramaturga, ceramista, crítica de arte, periodista y pionera del feminismo, Plá fue un torbellino creativo que desafió las normas de una sociedad conservadora.

Con la curaduría de Osvaldo Salerno, y texto de sala de Ticio Escobar, esta muestra estará habilitada del jueves 6 de marzo al viernes 5 de abril de 2025.

Sobre la artista

Nacida en un faro solitario en medio del océano, en la Isla de Lobos (España), en 1903, María Josefina Teodora Plá Guerra Galvany, cruzó el Atlántico para anclar su vida en Paraguay, un país que conquistó con su talento y su espíritu indomable. Josefina Plá transformó esta tierra convirtiéndose en una de las figuras más influyentes del arte y la cultura paraguaya del siglo XX.

Mi encuentro con lo indígena local precedió a mi llegada al país a través de la obra de Julián de la Herrería. (Su primer obsequio de novio fue un tintero escultórico: indio guaraní, que aún conservo).

Después fue la inmersión total en lo autóctono que inspiró toda su obra cerámica. A este objeto, o sea la documentación de sus «motivos», coleccionaba cuanto de creación popular le venía a las manos. En la redada de esa identificación caían con frecuencia los mates que, esgrafiados y pirograbados, ofrecían en el Mercado Viejo. Entre ellos, algunos eran diferentes y le atrajeron. Preguntó de dónde venían, y le dijeron que eran obra de una vieja «matera» en Caacupé, sin más detalle.

Los diseños ingenuos, casi infantiles, le fascinaron. Ellos dieron como resultado la última y más entrañada etapa del ceramista.

Y yo, sólo unos años después de su fallecimiento, en 1942, leí en la prensa indiferente la noticia de la muerte de Catalina (no recuerdo el apellido) «la última payaguá», grabadora de mates, en Caacupé… El misterio quedó develado…

Hacia 1950, el Dr. Arturo Nagy, recordado amigo, me prestó algunos libros y revistas donde encontré diseños payaguás pertenecientes a pipas rituales que se conservan en museos alemanes. Diseños en que se revelaba una fase de la vida, ya en extinción a mediados del pasado siglo, de esa interesante etnia, tan poco estudiada. En ellos aparecían netos los rasgos de la serpiente edénica; de Adán y Eva, desnuditos y con la serpiente a cuestas, etc. Nada menos que en pipas rituales… No es extraño que hasta los jesuitas, maestros en la conversión, no lograran acristianar a estos indígenas, reducido ya su número, a fines del siglo XVIII…

Y estos diseños en pipas rituales no sabemos si son un homenaje ingenuo o una burla refinada…

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Los dos mundos de Josefina

Ticio Escobar

Esta muestra trabaja un momento específico de la casi inabarcable obra de Josefina Plá: la elaboración (la apropiación, diríamos hoy) que hace ella de los motivos de los indígenas payaguá. Más allá de las posibilidades expresivas que ella permite, esta selección responde básicamente a la vigencia que adquiere hoy el cruce intercultural y el respeto de la diferencia. Los payaguá eran extraños no sólo para quien viniera de Europa sino para los propios paraguayos, quienes veían en ellos los temibles guerreros, los adversarios históricos que habían ensombrecido la historia colonial: los radicalmente otros.

La maniobra audaz, mediante la cual Josefina reconoce el valor de esos diseños extraños y los incorpora a su propia obra, marca un antecedente importante no sólo en la consolidación del concepto de hibridez cultural sino en el de “contaminación” artística: la conciencia de que las imágenes se van constituyendo en el contexto de procesos intrincados que apelan a memorias diferentes y se nutren de distintas formas. Por un lado, los mismos payaguá incorporaron figuras de la iconografía occidental (mediadas por la colonización española) a sus propias imágenes; por otro, esta figuración incautada es vuelta a recuperar por una artista española que vive y trabaja en el Paraguay.

El gesto de Josefina se presta a ser confrontado con ciertas tendencias americanistas o indigenistas de los primeros años del siglo 20. Estas tomaban figuras de las antiguas iconografías precolombinas desde una posición romántica y exotista que, enunciada desde afuera, las volvía estereotipos antes que puntales de una memoria postergada. Josefina no mira los motivos payaguá como objetos pintorescos, curiosidades del “buen salvaje”, sino que los trata como verdaderas expresiones artísticas: expresiones diferentes, interpelantes. Formas de un arte “otro” con el cual su obra establece una tensión y una complicidad que dura muchos años y se resuelve en una imaginería densa y provista de una nueva originalidad.

Esta es la situación que toma la curaduría de la muestra como eje narrativo; básicamente el cruce transcultural que transita Josefina Plá como metáfora de todo su hacer en el Paraguay: un respetuoso e intenso cruce de miradas capaz de fundar posiciones nuevas y, desde ellas, movilizar los recursos de la memoria y el deseo.

(Fragmento del texto de sala)

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