“ahora en esta hora inocente yo y la que fui nos sentamos en el umbral de mi mirada”
Alejandra Pizarnik
Textos de sala
Asistencia en vídeo: Luis Vera
Asistencia en fotografía: Maximiliano Leiva
Indumentaria: Ana Ratti
Texto de sala: Luisa Ordóñez
Montaje: Roberto Alvarez
Registros visuales: Luis Vera
Street cocktails: Segundo Piso (@segundopiso.py)
Es frecuente que las personas nos refiramos a la columna vertebral de nuestro propio cuerpo (o de una cuestión) para expresar aquello que es sustancial, fundamental. La columna vertebral de nuestra especie es la estructura que todo lo sostiene. Esa construcción ascendente de vértebras conectadas es la que nos permite mantenernos erguidas, verticales, de pie.
A diferencia de las humanas, ciertos animales carecen de columna vertebral. Aún así, muchos de ellos requieren una estructura sólida. Al carecer de un esqueleto en general, cuentan con un exoesqueleto, una capa de quitina que sostiene sus cuerpos y los protege del exterior. Este tipo de animales, conocidos como artrópodos, están contenidos dentro de su propia estructura. Cuando nacen son pequeños y, a medida que van creciendo, su propia armazón contenedora les va quedando pequeña. Por este motivo, se ven obligados a cambiarla, a mudarla. Dejan atrás un rastro de sí mismos, una suerte de réplica vacía de lo que fueron, un fantasma matérico de una versión antigua de sí mismos.
Cuando las humanas crecemos, en un sentido literal, nuestra columna vertebral crece con nosotras. No contamos con un mecanismo natural que nos permita mudar nuestra estructura. Ya quisiéramos… Ya quisiéramos también poder despojarnos de nosotras mismas y dejar atrás la huella de lo que fuimos para ser algo nuevo, algo más.
¿Qué pasa cuando la columna vertebral de nuestra existencia deja de sostenernos? ¿Qué sucede cuando aquello que nos permite mantenernos en pie se retuerce y nos priva de la verticalidad que, supuestamente, nos caracteriza como humanas? ¿Qué nos queda cuando lo fundamental se desmorona? Nos arrastramos de dolor por el suelo, nos revolcamos y, como en un relato kafkiano, devenimos en bichos rastreros, privados de estructura, impedidos para la propia contención.
Ante el colapso de nuestra estructura natural, nos transformamos en arácnidas, en insectas, en artrópodas. El dolor del desmoronamiento de nuestro edificio personal nos desbarata, pero nos fuerza a crecer, a reconstruirnos, a forjar una nueva estructura. Ante esta urgencia de expansión, no nos queda más remedio que despojarnos de esa pequeña yo que fuimos y que no podemos ser más.
Ya quisiéramos poder desprendernos de ella por mecanismos naturales y dejar atrás, cíclicamente y sin esfuerzo, el espectro de lo que fuimos y no queremos volver a ser. Sin embargo, no somos artrópodas, ni reptiles, ni cangrejas,. sino humanas que para despojarnos de nosotras mismas debemos usar métodos más violentos que aquellos conde los que la naturaleza dotó a otras especies.
No nos queda sino transmutar el dolor por medio del dolor, transformarnos mediante el conjuro del fuego, invocar la sangre, la que no brota por sí sola. Debemos arrancar con ira el exoesqueleto que mostramos al mundo y que nos protegió, desprender la cáscara en la que ya no cabemos, extraer la máscara que ya no endosa nuestro rostro, destruir la armadura que oprime nuestro cuerpo. Este rito de transformación es un rito de muerte, un gesto urgente, una transmutación crepuscular.
Luisa Ordóñez
Madrid, 2023
He pensado en mi cuerpo y a partir de él en el cuerpo de todas las mujeres que han sido. Hay algo que resuena en mi mente de manera terrible, algo que me atraviesa la vida y la práctica artística: Lo que he vivido, lo han vivido y lo vivirán otras. Si existe un concepto y una materia trastocada hasta el hartazgo en la construcción histórica de los significados y lo tangible, es el de mujer, que ha sido inventado y reinventado constantemente en el ejercicio de poderes para categorizar(nos) políticamente, enfatizando las (nuestras) diferencias y especificidades en oposición a una posible convergencia; eligiendo olvidar la colectividad de nuestras vivencias, nuestros sentires y nuestros pensares.
Declaro: Aquí, en esta experiencia que me observa y se observa a sí misma, decido descoserme, deshabitarme, arrancarme el órgano y la coraza, despojarme del vestido, de la piel herida, de aquello que raspa mi materia / Abandonar a la-yo que huye, dimitir de mi cueva, asumir mi carne, mi vulnerabilidad, lo monstruoso, la tierra, la piedra y el susurro del fuego. Sentir sin miedo la belleza y el espanto que habita el mundo.
Existe algo terrible en los dolores compartidos y algo hermoso en la resistencia común. Siento que las coincidencias entre las mujeres del presente y del pasado no aparecen gratuitamente sino como respuesta a una problemática estructural que acapara todas las expresiones humanas de todos los relatos (ficcionados y reales) de los tiempos.
Expreso convencida que la memoria común sostiene la existencia femenina en un ir y venir de saberes compartidos, de historias paralelas, de dolores asumidos. Creo en la jauría, en la disputa de los espacios narrativos, virtuales, físicos y soñados y en su dignidad. Creo en la ecdisis, en la sutura, en la sanación como acto político, en la tierra que nos sostiene, en la mano que nos costura, en el fuego que nos consume.
Tim MiRaquel
Areguá, 2023.
Dedico esta obra a mis amigas
Los miembros de ASGAPA, estamos comprometidos en la consolidación y fomento de las artes, buscando transformar nuestros espacios en lugares de diálogo, intercambio, identidad, aprendizaje y estimulo entre artistas y público.