Circulos Flotantes en Verónica Torres

Todo lo que el ser humano no ha podido articular con palabras se lo ha atribuido a un otro: amigo, enemigo, fascinante o distante. A aquello que no podía conocer en términos intelectuales le ha dado el carácter de símbolo. Algo que solo puede ser aprehendido, tocado, pensado, en tanto y en cuanto se asuma el lugar del no saber, del no conocer, de la lectura parcialísima de un objeto.

Una de las grandes imágenes de lo simbólico ha sido siempre la del océano. Aquel universo inabarcable, desconocido, luminoso y sombrío en partes iguales, le ha dado al arte y a la literatura un espacio en el cual proyectar todo aquello que le resulta extraño. Desde criaturas mitológicas, como las sirenas que extraviaban a los marineros con sus cantos, hasta los piratas que establecían sus propios dominios flotantes.

Pero, más allá de la proyección humana que hay sobre lo desconocido que tiene el agua en su extensión más vasta, la curiosa vida que lo habita parece afirmar su existencia con valor propio, e incluso, proveerle al arte del material para esa construcción simbólica. Algo de esto se juega en la muestra de la artista Valérie Salvat, quien esboza una pregunta por qué es aquello que el agua puede contarnos. Las piezas, todas ellas en serie y sin títulos, parecieran querer dejar que esas partículas de vida subacuática tomen la palabra y se presenten, tal y como Valérie las imagina. Una serie de círculos pintados con esmalte sobre lienzo. Esmalte brillante que reafirma lo vital sobre la superficie en la que se inscribe, que reafirma lo vital por sobre lo opaco, generando un efecto de relieve al modo de ciertos juegos de ilusión óptica que nos invitan a cuestionarnos si lo que vemos está o no efectivamente allí. Agujeros y círculos van evocando sobre el lienzo la forma más pequeña de la vida en el agua.

Las piezas de Salvat arman un universo de significados, poseen una coherencia compositiva que, sin precisar presentarse cada una con un título, se ubican anónimamente en una serie que las contiene y les otorga sentidos compartidos. El movimiento surge en estas obras como algo clave para pensar lo acuático. El agua, después de todo, es esa materialidad que oscila entre dos polos: la furia y la calma. Aquello que puede ser vertido, mas nunca contenido en límites precisos. Adquiere, en su cambio constitutivo, una forma violenta o pacífica y en ese rango, la experiencia vital completa, sin siquiera por un segundo, detenerse.

Las explosiones de colores y texturas habitan estas obras. No existe paz sin caos, ni un color sin su complementario. La coloratura es aquella del prisma, cuya posición óptica modifica cuales son los colores que podemos ver, a través del reflejo de la luz en juego, siempre con su parte de sombra. Por eso, en los círculos de Valérie conviven colores muy distintos. No solo los fríos –comúnmente asociados a la vida acuática– sino que también aquellos que remiten al fuego, al estallido y, por qué no, a la creación misma de una vida que invita al alumbramiento de su contemplación más íntima.

Ofelia Meza- Abril 2022